El intrusismo tiene una larga genealogía en el metal. En los años ochenta fue el hard rock, que nació del heavy metal, el que abrió las puertas al mercado del rock comercial; en los noventa, el nu-metal y subgéneros similares, que copaban los canales de televisión y podían gustar a cualquier quinceañero; a partir del año 2000, el metalcore, que logra una vez más que cualquiera pueda afirmar que le gusta el metal y, desde hace unos años, el post-metal, la enésima encarnación del híbrido que pretende ser metal sin serlo, logrando un éxito comercial al uso merced a la apariencia de algo prohibido y peligroso. Todos estos subestilos han sido engendrados invariablemente por músicos ajenos al metal, de ahí que traten de convertirlo en algo abierto y sociable que pueda gustar a todo el mundo y todos puedan compartir. Las grandes discográficas han favorecido y apoyado una y otra vez estos fenómenos, porque se basan en una pose de rebeldía que resulta inofensiva pero llama siempre la atención y permite a cualquiera fardar y destacar gracias a ella, y eso es lo que vende, ¡y vaya si vende! No es de extrañar por tanto que todas las variantes de seudometal que hemos mencionado, incluido el post-metal, hayan sido y sean tan populares, y que un grupo como Deafheaven pueda ser alabado por prensa musical más mainstream que underground a pesar de compartir filiación, al menos en teoría, con algo tan siniestro e inquietante como pueda ser el black metal para la mayoría de la gente.
El auténtico metal es algo muy distinto a lo descrito. En primer lugar, no es social, ni popular, ni siquiera amable. El metal se define, además de por sus rasgos musicales, por hablar sin tabúes ni eufemismos de verdades duras, como la muerte, la guerra, la crueldad humana o el fin del mundo, no como temores que deben ser evitados y silenciados, sino como experiencias terribles a las que se enfrenta el ser humano, y lo hace de una forma que resulta violenta y desagradable para la mayoría de las personas, expresando no obstante una belleza escondida que hay que buscar en lo más hondo. Es eso lo que determina su sonido áspero y no al revés, de ahí que las letras triviales o sensibleras no encajen en el formato no solamente por la falta de costumbre, sino porque no tienen nada que ver con el fundamento que da pie a ese tipo de sonoridades.
El verdadero metal busca expresarse sin tapujos y no le preocupan las convenciones ni socializar, razón por la cual está destinado a una incomprensión generalizada. En esencia, se trata de un antiproducto, que espanta mucho más de lo que atrae. De hecho, históricamente cada género de metal underground ha surgido como respuesta a los ya existentes, tratando de ir más allá de lo que se juzgaba demasiado comercial o convencional.
El black metal había sido hasta hace poco un terreno relativamente inmune al intrusismo, si exceptuamos la deriva comercial de muchos grupos de la vertiente más melódica a partir de mediados de los noventa, que fue más una desvirtuación interna de la fórmula inicial que una suplantación operada desde el exterior como la que vemos hoy en día, y prácticamente no llegó a triunfar más allá de los confines del heavy metal. El “post-black metal” de Krallice, Liturgy o Wolves in the Throne Room, entre otros grupos que pretenden ser black metal sin serlo (o, como ellos afirman, “sobrepasar los límites” del género) es, al igual que sucede con la inmensa mayoría de farsantes que suplantan el espíritu, un intento de saborear las delicias de la rebeldía evitando sus riesgos. Todas esas formaciones quieren parecer únicas y especiales, pero cuidándose de quebrantar las reglas, lo que queda patente en el hecho de que, en el fondo, su música y sus letras, al igual que su aspecto, su forma de presentarse y el público al que apelan, son profundamente “normales”, en el sentido de que se ajustan a las normas, permaneciendo siempre dentro de lo socialmente aceptable y deseable.
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Cannibal Corpse – Bloodthirst (1999)
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Για πολλούς το Gallery of Suicide είναι η πιο αδύναμη στιγμή των Cannibal
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